domingo, 10 de marzo de 2013

Nota 8

Si hubiéramos podido visitar la Europa del Siglo XVI, habríamos encontrado un panorama familiar al contemporáneo. El orden del tejido social, tal como había funcionado hasta ese momento, comenzaba a desintegrarse. Las instituciones se resquebrajaban y ciertas figuras de autoridad y verdad perdían vigencia. El paisaje del mundo occidental se sacudía y se escuchaban estrepitosos ruidos.
Pero, si el visitante refinara el oído, sabría que esos estruendos no sólo responden a la caída de la Edad Media, a sus ruinas. También está el bullicio y la agitación de una construcción. Una cosmovisión se derrumba; un universo, múltiple e infinito, se levanta. En medio de semejante conmoción tiene lugar un fenómeno impar: la escritura mística.
Tal vez la escritura mística permitió situar una serie de respuestas a la pregunta ¿qué es un cuerpo? Si ya no es semejanza e imagen de Dios… ¿qué es el cuerpo?
Los cuerpos de las místicas estaban marcados, llenos de señales, signos… pero esa escritura resultaba ilegible. Donde estaba el cuerpo no estaba la palabra. Fue la pluma quien produjo la novedosa torsión, hasta enlazar esa experiencia de cuerpo (tan singular como muda) con el lenguaje. 
Las místicas no recorrían su experiencia como dueñas de la casa. Ellas también eran extranjeras en la región que demarcaban con sus trazos. Sin añoranza por el significante amo y frente a los murmullos de su ausencia, la escritura se produce como artificio novedoso. J. Lacan propone en su Seminario 20 que la escritura mística es un tratamiento paradigmático (uno entre otros) del goce femenino, también llamado el Otro goce.
Me interesa destacar lo que supongo la única comparación posible entre el Siglo XVI y el Siglo XXI: la convulsión del orden del Uno y la aparición de una subjetividad más sensible a lo Otro. ¿Es el declinar del significante amo una condición para que se produzca la feminización de la cultura? ¿Podría haber místicas en el Siglo XXI? ¿Dónde están? ¿Qué discurso las aloja?
No debemos pensar hoy en encontrar místicas cristianas, sino más bien un misticismo “ordinario” y laico - un estilo cool mystic, como lo denominó recientemente J. A. Miller-. En la actualidad, constatamos que existen marcas de goce en los cuerpos que tampoco van acompañadas de palabras. ¿Podría haber una escritura en el umbral de esa región que bordea la inexistencia del Otro? ¿Es el psicoanálisis el discurso que podría dar lugar a esa letra?

Pilar Ordóñez
Programa de lectura e investigación: El Psicoanálisis en la cultura.

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