''¿Quién es en
la actualidad el hombre que podría llegar al corazón de una mujer?''
Actualmente se
observa una mayor presencia de las mujeres en la esfera social, y en no pocos
casos se reconoce su eficiencia para conducir algunos asuntos públicos. A modo
de hipótesis podríamos decir que ellas, por estar más familiarizadas con la
privación y la inconsistencia -menos tomadas por la “angustia del propietario”
y por los semblantes de la autoridad- sabrían no sólo negociar con mayor
suavidad, puesto que pueden prescindir del reconocimiento de su poder para
hacerse escuchar, sino también, tomar acciones con mayor dureza e
independientemente de la sanción del Otro.
No obstante, la
verdadera naturaleza de la feminización contemporánea reside en la extensión de
las cualidades de superyo femenino a la esfera de lo social. Este superyo, del
que padecen muchas mujeres, es el que se caracteriza por la conservación de las
huellas del odio hacia el Otro primordial que supuestamente abandonó al sujeto
a su desamparo, al mismo tiempo que no se desliga de la búsqueda de un Padre
ideal. Es el que muestra su naturaleza de goce en frases del estilo “No me
digas cuál es la ley sino quién es el juez”, actitud que muestra lo que
permanece irreductible a la castración simbólica y que se hace patente hoy, en
todas sus variantes, en el interior de las instituciones sociales, cualquiera
fuese la identificación sexual a la que el sujeto se adhiera.
Al mismo tiempo, y no
por casualidad, buena parte de las mujeres sostiene actualmente que “ya no hay
hombres”. Las mujeres tienden a enamorarse o del padre ideal o, según el monto
de rencor que conserven hacia la madre, del hombre que hubiesen querido ser.
Esto nos lleva a la pregunta: ¿Quién es el hombre que, en algunos casos al
menos, llega al corazón de una mujer en la actualidad?
Podría ser el que se muestra amo de su goce de
acuerdo con el discurso capitalista, independientemente de la ley. Ese tipo de
hombre es el que hace mejor semblante de “saber lo que quiere”, teniendo en
cuenta la dificultad de hombres y mujeres, para hacerle frente al encuentro de
los sexos en el amor. Esta elección, orientada por la certeza y el riesgo,
podría representar un modo, aunque falaz, de oponerse a la ambigüedad que se
enraíza en todos los lazos sociales de hoy. Una cultura de la que no siempre es
posible escapar más allá de la edad y
las preferencias de consumo.
Esto nos lleva a otra
pregunta y es si el actual semblante de comprensión y tolerancia, propio de la
época no es, muchas veces, un efecto de “la ética del yo ideal”. Una ética para
la cual el semejante, en realidad, es un fastidio.
Por último,
recordemos que Lacan (1995c) sitúa al goce femenino como la otra cara de Dios.
Para Lacan, el goce femenino se trata de un goce que no comporta ningún
saber, un goce que no puede ser
articulado en una cadena significante. Se siente, pero de eso nada se sabe. Es
el goce típicamente femenino, diferente del goce fálico de la posición
masculina. En este sentido y como tal, este goce no remite a un Uno que pueda
ser el soporte de alguna identificación.
Así, el cálculo
exacerbado que rige las sociedades actuales acentúa, en contraposición, el
llamado a un goce en el que no se encuentra nada y que se opone a cualquier
identificación sostenida en algún Ideal. Este hecho, si bien da lugar a la
diversidad, lleva también a que el sujeto se encuentre sin recursos para
situarse frente al Otro, que exige siempre más de él. De allí que Eric Laurent
plantee que la verdadera feminización del mundo radica en que son las mujeres
quienes están más cómodas (contrariamente a lo que pensaba Freud, dada la
estructura del Otro de su época) con la situación de la inexistencia del Otro,
ya sea en la de saber envolverlo con dulzura o en la de saber mantener una
orientación cuando todos están perdidos.
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