A lo largo de estos meses hemos producido en
el CIEC un trabajo de investigación para comenzar a esclarecer la temática de nuestro próximo Seminario
Internacional, las Notas han sido un modo de compartir con ustedes estados de
trabajo, elucidaciones, interrogaciones, etc.
En esta última Nota me interesa plantear la
siguiente pregunta ¿qué lugar tenemos los practicantes del psicoanálisis en
este siglo 21 en el impera la alianza de la ciencia y el capitalismo, donde se
forcluye al sujeto y se lo deja
liberado a una satisfacción adictiva identificada como un efecto de la
feminización del mundo?
Hemos situado la época del no-todo, la
dominación del objeto a sobre el Ideal, con la consecuencia del exceso de goce
que sufren los sujetos, que se evidencia predominantemente en los cuerpos y los
lazos, pudimos reconocer también que
este efecto feminizante conlleva nuevas posibilidades en el orden social
y en la capacidad de invención y posicionamiento de algunos sujetos más
sensibles y dúctiles que no se referencian por el Todo universalizante.
Para pensar esta pregunta me he orientado por
Lacan en el Seminario 11 en la clase que se titula La presencia del analista, allí él
comienza enunciando “…el arte de
escuchar casi equivale al del bien decir”, si destaca el arte de la
escucha es porque implica una larga de-formación a través del análisis y el
control en la que los practicantes no
imponemos nuestros prejuicios, ideales, saberes al sujeto sino que permitimos que cada uno despliegue y
esclarezca los suyos. Miller nos dice que “el sujeto tiene más relación con
este goce que con el partenaire”[1],
por lo cual ese bien decir es la posibilidad de pasar ese goce que se va
esclareciendo a la escritura.
A este
goce nos dice Miller solo se lo conoce en el Sujeto barrado bajo las
especies del tropiezo, la falla, el fracaso, en su última enseñanza especifica
a ese goce como disfuncional con el sentido.
Por lo tanto el acto del analista no se orienta por el ordenamiento ni
la normalización sino por “una operación de desarticulación”[2]
donde la interpretación apunta al fuera de sentido y a responsabilizar al
sujeto de su modo de gozar.
El lugar que tiene el discurso analítico
sostenido por sus practicantes es - como decía- dar la posibilidad de la
“libertad de la palabra” allí donde ella está amordazada, oculta, o no
reconocida. La “injerencia intelectual” de los practicantes, situada
recientemente por Miller, infiero tiene que ver
con la responsabilidad que asumimos en la transmisión de una posición
que nos compromete con nuestro tiempo y nos pone a trabajar, como en este
próximo Seminario Internacional, para compartir con otros colegas y otros
discursos nuestra interpretación sobre el sufrimiento subjetivo y los modos de
tratarlo.
Adriana Laión
Directora del CIEC
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